De vez en cuando un libro te engancha y no lo lees, lo devoras, en muy poco tiempo. Esas lecturas maravillosas, esas bajadas agradables y fáciles que te devuelven el amor por la palabra escrita, se suelen alternar con libros que tienen más de cuestas arriba, que sabes que son maravillosos, que disfrutas cada palabra, pero que necesitas tiempo y voluntad para llegar al final.
Por ejemplo, llevo desde octubre buceando entre las letras de «Mujercitas», de Louisa May Alcott. Es un libro extraordinario, llenos de detalles, con una prosa ágil, y que quiero leer porque me sirve de documentación para mi siguiente proyecto literario (al igual que «Orgullo y Prejuicios«, o mis investigaciones sobre la delincuencia en Inglaterra a principios de siglo o la hija de Musolini). Pero me está costando un esfuerzo gustoso.
Y entonces mi amigo el Sr. Abad me regala un libro que llevaba tiempo deseando leer, «Retrón: Querer es poder (a veces)«, de Raúl Gay. El libro cruza el Atlántico conmigo, y cuando por fin lo abro, no puedo dejarlo. Dos días después lo he terminado. Y estoy deseando hablar sobre él.
No sé cómo encarar esta reseña, igual meto la pata. Ruego mil disculpas si me descarrilo demasiado
Un relato valiente
En Islandia, mientras visitaba con mi mujer el géiser más conocido de la isla, un niño indio no dejaba de mirarme. Se acercó a preguntar y le respondí con naturalidad. Al poco, vino el padre a decir a su hijo que yo era, ejem, «a gift from the gods, an inspiration for the children».
«Retrón», Raúl Gay
«Retrón» es un relato valiente, directo y, sobre todo sincero. Y modesto. Y crudo. No es exhaustivo porque no tiene que serlo, porque Raúl tiene derecho a su intimidad. Pero al mismo tiempo nos abre las puertas a los episodios que considera más importantes de su vida: sus primeros años, sus operaciones, sus viajes, su independencia, y tantos otros.
Centrado en dichos sucesos, por enmedio dibuja su cotidianeidad, su día a día, con sus dificultades, sus grandezas y sus miserias. Evita a toda costa, incluso explícitamente, hablar de superación y de esfuerzo, evita generalizar y a veces parece achacarlo todo a la suerte que ha tenido; y aunque no dudo que pueda tener su motivo, me parece un retrato demasiado modesto. Dos personas en las mismas circunstancias no consiguen lo mismo: Raúl también tiene parte de mérito por estar donde está.
También se entremezclan sus pensamientos, con un marcado caracter humanista (influenciado por su signo político). Justas reclamaciones de igualdad desde el estrado de su innegable experiencia. El tono humilde que llena todas sus palabras sólo se rompe en esas reflexiones, cuando se arriesga a reivindicar unas ayudas cuya necesidad es innegable y su falta un agujero a paliar en un estado social completo.
Uno se queda con ganas de más anécdotas, con más detalles que le puedan dar color a la historia, más allá de esos eventos principales. Y no seré yo quien diga que un libro está bien cuando te deja con ganas de más.
Las formas
(…) el efecto que produce el lenguaje en la realidad es más bien pasajero, mientras que el efecto que la realidad produce en el lenguaje es más profundo y duradero. Entre cambiar el lenguaje y cambiar la realidad, prefiero lo segundo. Pero es más difícil, claro.
«Retrón», Raúl Gay
Literariamente la prosa cumple. Resulta muy ágil y sencilla, como estar sentado a la mesa frente a Raúl y escuchar su historia con un café de por medio. Va saltando de un tema a otro, a veces se repite, a veces se pierde en reflexiones para, unos párrafos o páginas después, volver al tema que estaba tratando. Pero esa es parte de la gracia: esto no es un tratado o un estudio, ni siquiera una novela; es una suerte de confesión precipitada.
El uso del vocabulario es extraordinario. Las citas y símiles culturales, tanto de la cultura pop como de elementos más refinados, enriquecen el texto de un modo sutil, a veces inapreciable. Más de una vez he parado de leer con una sonrisa en la cara, saboreando una frase entre dientes como quien se toma un dulce de su sabor favorito.
Se echan de menos más referencias. Pero no al principio. Se asume como natural navegar entre tantas citas de periodistas, de libros, de películas, sin más reseña, cuando de repente aparece un pie de página con un enlace a un vídeo. Reconozco que en ese momento me sentí huérfano, me habría gustado tener los mismos enlaces a las citas, a los libros. Aunque quizá sea una reacción personal.
Mi propia experiencia
La altura modifica la forma de verme a mí mismo, de ver el mundo y, más importante, de interactuar con otras personas.
«Retrón», Raúl Gay
Sólo puedo responder a un relato tan brutal sin desnudar mi propia alma, al menos un pequeño rincón.
Conocí a Raúl hace años; teníamos amigos en común y coincidimos un par de veces en «los billares». Nuestra relación no fue lo bastante profunda, nunca lo acompañé al baño, y por tanto no fui a su boda. Después, alguien que entonces era importante en mi vida me separó de esa gente, pero aún mantengo los amigos comunes. Como el Sr. Abad, que me regaló el libro del que hablamos.
Sobre los ratos que compartimos, lo único que puedo decir es que era uno más. Recuerdo sus opiniones con César sobre qué equipo de sonido que otro. Tenía sus opiniones, con unas estaba de acuerdo, con otras no, como ocurre con todo el mundo. Sí recuerdo, porque me ha vuelto a pasar cuando me lo he encontrado por la calle, la inseguridad que sentía cuando tocaba saludarle. No podía chocar la mano como con el resto de la gente, ni me atrevía a palmearle la espalda. Mi cautela evitó que llegara a preguntarle, y así sigue.
Pero la próxima vez que me lo encuentre, con su familia, sé lo que haré. Hasta entonces me quedo con el buen recuerdo de este libro.