Tras la sangría con la que terminaron la mayoría de las democracias parlamentarias, y los levantamientos que hicieron sucumbir al resto, la conclusión era clara: no importaba el tipo de gobierno, imperio, reinado, comunismo, democracia, república; con el tiempo los gobernantes sucumbían a la tentación y se alejaban del pueblo, acumulando más poder.
La solución fue incorporar esa constante en el sistema, elegir un dictador totalitario y abrirle desde el principio todas las herramientas, pero sólo durante 10 años, tras los que las masas juzgarían si había sido benévolo o merecía la muerte.
El sistema funcionó casi un siglo, mientras los candidatos temían por su propia suerte. Después se convirtió en la tiranía de los desesperados.
Octubre de 2013