«Dibujar una muñeca en el centro», decía el conjuro, y siguió la instrucción con el mismo cuidado que las anteriores. Repasó el pentagrama, su contenido, las velas alrededor, garantizando la perfección. Respiró profundo y recitó en voz alta las palabras que no entendía, con la máxima exactitud. Sólo cambió un detalle de todo el sortilegio, y se quedó erguida, expectante, donde la «hija deseada» debía aparecer.
Cuando los vientos y las luces del vacío se apagaron, su risa sonó más aguda.
Febrero de 2012