La semana pasada, entre otras cosas, mencioné los tests de autismo, o
AQ tests, que miden, entre otras cosas, la capacidad empática o inteligencia interpersonal.
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Portada de «Everything Bad Is Good For You», del Sr. Johnson Fuente: wikimedia Origen: Editorial Riverhead |
Cito una frase del Sr. Parra, deducida de ese libro:
Los cerebros, sobre todo los infantiles, están construidos para ser constantes adictos a la información y la resolución de problemas. No existen los cerebros vagos o que tienden a la vaguedad, salvo excepciones. Si una televisión, pues, concita hasta tal extremo la atención de los niños, por ejemplo, no es porque la televisión los convierta en zombies o porque los niños se sientan más a gusto desconectando sus cerebros. La televisión es un estimulante cognitivo, y el telespectador está epistémicamente hambriento.
Los niños son absorbidos por la televisión porque ese aparato constituye la mayor fuente de información, actividad y complejidad que hay en toda la casa. (No se defiende aquí que la tele sea igual de positiva que un libro, sino que ejercita áreas cerebrales que a las que el libro no alcanza y viceversa: no hay que dejar de leer libros o de resolver problemas matemáticos, pero tampoco hay que dejar de ver la televisión sencillamente porque creamos que es nociva.)
El Sr. Johnson indica que el nivel medio de inteligencia en EEUU ha aumentado gracias a la televisión. Comentando esta teoría con un compañero de trabajo, el Sr. Warren, creemos que todo test de inteligencia conlleva una componente cultural. Si yo hago un test de inteligencia en inglés, saldré mucho más tonto que en español. Y es posible que el IQ de EEUU haya aumentado porque, gracias a la televisión, han aumentado los conocimientos medios del ciudadano americano, que tiene acceso a un nuevo medio de propagación de información.
Por supuesto, las teorías contrarias indican que la facilidad de acceso a la televisión y la obtención fácil de resultados frente a otros ejercicios acostumbra al cerebro a una actividad ligera distinta a la necesaria para resolver problemas en la vida real, y que la vaguedad surge de que el cerebro se acostumbre a la falta de verdaderos desafíos. Pero no vamos a entrar a debatir este tema, que lo dejamos para cada lector.
Lo que quiero comentar es que el Sr. Johnson defiende que
los Reality Shows desarrollan la inteligencia emocional, la empatía, más allá que las historias inventadas, debido a que reflejan la realidad de las relaciones humanas con más perfección. Una ficción nunca pueden captar toda la riqueza y creatividad de una persona auténtica. Citando otro análisis del
Sr. Parra (que realmente le ha sacado jugo al libro):
Cuidado, no se está aquí analizando el nivel intelectual de los participantes en estos concursos, ni tampoco la moralidad de este tipo de programas, lo que se evidencia son exclusivamente los efectos que provocan en el cerebro un profundo y prologando acceso a estos formatos televisivos.
(…)
Los cerebros de los televidentes echan humo tratando de discernir la lógica social del universo planteado por el programa, tratan de adivinar quiénes merecen mayor confianza, quienes están mintiendo o están siendo hipócritas, trazan futuribles, discuten con otros aficionados acerca de las estrategias tomadas por cada concursante (visionando debates, participando en foros, examinando con lupa una y otra vez las situaciones), etc.
El razonamiento es tan lógico que no puedo sino quitarme el sombrero: ver un Reality desarrolla la inteligencia emocional más que mirar el techo. Pero, ¿un Reality desarrolla la inteligencia emocional más que la interacción con personas reales? La facilidad de acceso a la televisión y la falta de riesgo (no hay interacción real ni consecuencias) puede hacer que el aprendizaje se quede menos fijado en nuestro cerebro.
¿Qué opináis?
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