Había convertido su casa en un traductor de viento. La combinación precisa de puertas semicerradas, rendijas y ventanas mal encajadas actuaban como un gigantesco filtro, transformando los silbidos y aullidos en palabras inteligibles. Se sentaba en el sitio correcto y escuchaba las frases destiladas, las historias de tierras lejanas, de amores, de guerras, de vidas. No habría podido decir si el resultado eran voces transportadas durante cientos de kilómetros y recuperadas gracias a su ingenio, o si realmente el viento hablaba. Una frase se repetía una y otra vez: «Ya llego».
Julio 2011