Se miró a sí mismo, presa de la contradicción.
-Si me matas, nunca existirás -intentó convencerse.
-Ya existo. Es inevitable. Pero cobraré dos veces, porque yo sí entregué el libro que llevas. Y el nuevo comprador es aún más generoso.
-No pueden existir dos Voynich, sólo se hizo uno.
Rió, burlándose de sí mismo.
-Menos hipocresía. Acabas de robarlo del siglo XIX, de cambiar la historia. Lo sé, soy tú. Hacemos negocio con las paradojas.
No se dejó replicar. Disparó. Sintió un escalofrío al ver su propio cadáver. Recogió su trofeo, manipuló el dispositivo y regresó al futuro.
El cadáver se levantó sonriente. Se había interpretado bien a sí mismo. Su yo asesino aún debía aprender mucho antes de convertirse en quien solucionaría sus propios errores.