Habíamos quedado el día 23 a las afueras de Kiel. Cuando aparqué, ya eran varios los maños que se afanaban preparando mesas, manteles, sillas, platos y fuentes de comida. No faltaban longanizas ni ternasco, cebollas de Fuentes ni melocotones de Calanda. Incluso vi un par de trenzas y un pastel ruso. Los contactos, envíos, encargos y favores debían de haber puesto al límite las capacidades logísticas de nuestras familias.
–¡El viento más fuerte de Alemania! –gritó Carlos para hacerse oír–. Es como volver a estar en casa.
Todos asentimos y nos acomodamos, recuperando el acento cantarín al hablar entre nosotros y olvidando por unas horas el significado de arbeit. Allí el viento era mucho más húmedo que el nuestro, pero me trajo recuerdos de la falda del Moncayo. Añadí el lugar a la lista de mis rincones de Aragón por el mundo.
Y me acordé de todos los emigrantes, fuera y dentro de mi tierra, reinterpretándolo todo. Seguro que Aragón está lleno de rincones de otros mundos.
Abril de 2013