Los jóvenes entraron como un huracán, aprovechando la escasez de compradores, y fueron directos al puesto más apartado, en un pasillo otrora lleno de vida. Antes de acercarse se pusieron el pasamontañas y prepararon las pipas.
–El dinero –exigieron encañonando al charcutero.
El tendero se encogió de hombros, abrió la caja y sacó los exiguos billetes que contenía. Se los tendió por encima del mostrador semivacío.
–¡Vamos, vamos! –gritó el más lanzado antes de echar a correr.
–No lleguéis tarde a cenar –les dijo el charcutero antes de que desaparecieran–. Ya sabéis que a vuestra madre no le gusta.
Abril de 2013