En la ficción, las sociedades aisladas se utilizan mucho para crear distopías. Sociedades aisladas geográficamente (en islas o valles), apocalípticamente (los últimos supervivientes) o por otros motivos.
Una leve burbuja aisla dentro de fuera Fuente: Álbum de fotos de Mr. Herosrest |
Últimamente he leído varios libros que compartían esos rasgos. En «La Cúpula«, de Stephen King, o en su serie homóloga, Chester’s Mill es aislado del resto de la humanidad. En «El Jardín de Rama», de Arthur C. Clarck, unos elegidos son embarcados en la nave espacial Rama sin posibilidad de regreso. «Segunda Venida«, de mi amigo el Sr. González Uzabal, aisla el pueblo de Salem’s Gate. En la famosa novela «El Señor de las Moscas», de William Golding, unos niños forman su propia sociedad.
Todas esas historia tienen algo en común: analizan el papel de la sociedad frente a la maldad y el egoísmo del individuo. Todas narran la ruptura, el comienzo de esas sociedades aisladas, la lucha de poderes que se lleva a cabo. Y en todas tiene un gran peso la ley del más fuerte.
Curiosamente, cuando se han fundado nuevas sociedades aisladas o semi-aisladas (como durante la colonización americana, o la antigua sociedad de Ur -según lo que conocemos-), se ha antepuesto el beneficio de unos pocos, expulsando a los elementos disidentes (comenzando con la expulsión de Caín a la tierra de Nod, que etimológicamente significa «fugitivos», en la trilogía de Marte Rojo, Azul y Verde de Kim Stanley Robinson). El conflicto parece surgir más fácilmente por el roce entre sociedades que dentro de una misma sociedad.
Pero, claro, la ficción está para hacernos convivir con los extraordinario.