Gracias al comentario del Sr. Dececon del pasado lunes me di cuenta de hasta qué punto llegaba mi dejadez con este proyecto. Al principio creí que me faltaban las ganas de escribir, pero me he dado cuenta de que pocas veces en mi vida he escrito tanto como ahora. Lo que ocurre es que me he vendido, trabajo como negro para otros, y estoy embarcado en un proyecto que me roba tantas energías que no puedo llegar más allá.
Me paso 8 horas al día (unas jornadas más, otras menos) escribiendo la historia de Boslandia.
¿Es posible amar una autopista? Todo es posible en Boslandia. Fuente: dn3austin |
Boslandia es un país imaginario con sus problemas y sus pasiones. Cuando me encargaron crear parte de su geografía, los principales detalles de Boslandia ya estaban perfilados. Al norte de Boslandia está la gran frontera con los vecinos más belicosos, separada del resto por una región, Demezia, donde esos vecinos acuden a negociar. Sólo a los que se han ganado el respeto se les permite llegar a las regiones más profundas y visitar la esplendorosa Apliquia, la ordenada Databia o el hogar de los sabios, Bacapia.
Allí en Apliquia vivía el protagonista de la historia, un joven llamado Obo que soñaba con montar un gran negocio. Con la ayuda de Reportez y Ocra se enfrentan a innumerables peligros, dispuestos a cumplir su destino: carreteras donde se pierden las mercancías, productos defectuosos, e incluso una invasión de cerdos salvajes. Llevo más de un año llenando páginas y páginas de detalles sobre la personalidad de los personajes, con catástrofes a las que se enfrentan, soñando soluciones y llevando a los protagonistas hacia su final feliz.
Ahora mismo estoy enfrascado en la segunda parte de la historia, llena de desafíos, donde un nuevo aliado Tesemio, les abre nuevos mercados pero al mismo tiempo es una fuente de problemas. Hoy, sin ir más lejos, habré llenado 20 páginas con detalles sobre, entre otras cosas, cómo Obo crece frente a la adversidad gracias a Densel, un joven bastante simple pero con muchas posibilidades.
Y llego todos los días con los ojos a rebosar de letras y de palabras, con las neuronas secas de tanto manar aventuras, y, claro, a uno no le quedan fuerzas para cumplir. Y por eso Polonio sigue gritando en mi cajón, recordándole a mi conciencia que no cuento su historia.