El hombre de la túnica aparecía siempre sin avisar, doblaba la esquina y recorría la acera lentamente. Cuando se marchaba, algo había cambiado: un pestañeo suyo que desencadenaba una cadena de favores, un suspiro que salvaba a un niño en la calzada, una sonrisa que ablandaba el corazón del tendero rácano. Y nadie nunca se fijaba en él.
Marzo de 2012