El exoarqueólogo repasó el informe diario del radiosónar geodinámico. Como sospechaba, a doscientos metros había varios esqueletos de horus de distintos tamaños. Una comunidad, extinta al menos tres mil años atrás. Proyectó holográficamente los objetos escaneados y los examinó desde varios ángulos, imaginando sus usos, buscando pruebas de su civilización. Ojalá hubiera podido preguntarles. Su trabajo era la ironía de la humanidad: tantos siglos buscando compañeros en el Universo, y habían llegado tarde.
Entonces lo vio: un prisma de forma tan reconocible que parecía un engaño. Partió la imagen holográfica y examinó su interior varias veces, hasta convencerse. Miró el suelo, presa de la excitación. En algún punto bajo sus pies reposaba el primer libro conocido no escrito por humanos.