En verano, el cierzo arrastra a la ciudad río abajo hasta el mar. María observa las calles vacías desde las escaleras de la iglesia. Le molesta el jersey, pero si se lo quita y lo pierde lo lamentará cuando vuelva el frío. El viejo Andrés, a su lado, le cuenta por tercera vez las delicias que consiguió anoche en el cubo de aquel hotel. Huele a alcohol incluso más que ella, y su aliento fétido susurra entre negros pilares. María no tiene olfato, no tiene memoria. Sólo tiene sueños. Y sueña con los ojos abiertos, sueña que el cierzo la arrastra río abajo hasta el mar. Después se lleva a la boca el combustible de sus sueños y sigue esperando a que abra el comedor.
agosto 2008
(presentado al concurso «Relatos con Z», seleccionada)