Tras la muerte, las esencias de la gente repiten una y otra vez las mismas acciones, encerradas en un ciclo eterno de sufrimiento. Su fantasma se quedó sentado en un rincon, sobre una silla de ruedas eterea, babeando, esperando que alguien la empujara o le prestara atención. Quien la veía, sentía una inmensa pena.
Pero el tiempo erosionó el recuerdo del cuerpo material. Un día se descubrió levantándose, dando pasos tambaleantes como la anciana que había sido. Recorría el pasillo como alma en vela, luchando. Tomó conciencia de su nueva condición, y los rasgos de la vejez la abandonaron. Volvió a correr, aprendió a volar. Las paredes no podían retenerla. Como una adolescente, se puso el mundo por límite. Como una niña, descubrió nuevos juegos en su nueva condición. Como una bebé, aprendió maravillas que no podía imaginar.
Y entonces volvió a nacer.
Mayo de 2013