«Zureaban las palomas de aquella plaza del verano de mi infancia, pero ahora eran voces que rodeaban mi cuerpo y mis ojos extraviados, mientas yo sólo quería correr, provocando, una vez más, el loco vuelo de sus alas.»
Esta frase me está matando. Quinientas veces, ha dicho el maestro. Lo llama caligrafía, pero para mí es tortura. Siento que con cada inútil palabra la vida se me escapa, con cada hoja que se llena pasa un capítulo que nunca volverá, un episodio inútil en el que tantas cosas podría haber hecho. Pero no. Vuelvo a repetir la frase otra vez, acercándome a mi final cuando te detienes a sacarme punta.
agosto 2008
(presentado al concurso «Relatos con Z», ganadora semanal)