La imagen del viejo impresor brillaba en millones de visores. Nunca había estado rodeado de personalidades tan ilustres. Llorando de rabia, apretó el botón. La rotativa chirrió al ponerse en marcha, tan oxidada como él. Las sombras jugaron con la tormenta de flashes, las sonrisas se expandieron. No les prestó atención. Sólo tenía ojos para los tomos que la máquina iba escupiendo. En pocos minutos terminó el parto. Acarició la copia conmemorativa de la Biblia de Gutenberg. Perfecta. Se la arrebataron y pasó de mano en mano. Las cámaras le cambiaron por las autoridades. Se retiró a las sombras y dejó correr las lágrimas.
Aquella noche, sin público, empacaron la rotativa. Creyeron que el viejo impresor era otra pieza más y lo mandaron al museo.
[Microrrelato] Los últimos libros
junio 2010