El repetido zureo de las palomas a su alrededor le estaba volviendo loco. Al escucharlo, el cuello se le erizaba y los arruyos se le escapaban por las esquinas. Cambió el sombrero por un penacho rebelde y orgulloso. Poco después abandonó su apartamento lleno de plumón, y se mudó a la tercera torre del Pilar. Aún acude a desayunar a La Imperial, donde el camarero le desmiga los churros en el café mientras repite: «aquí tiene, Don Juan». Después vacía la leche del buche en sus polluelos ignorando los cantos de los infanticos. Yo creía que era feliz, pero ayer vi un brillo en su intenso anillo de Vermeyen al ver volar las gaviotas.
agosto 2009
(presentado al concurso «Relatos con Z»)