Recogía todo lo que la gente despreciaba y lo guardaba en el cuarto del fondo del pasillo. Allí tenía la niebla de un día de verano, los calcetines con agujeros, los silencios incómodos, una gran colección de pelusas, las espinillas de adolescencia, y otros muchos prodigios. Lo recogía de los propios cubos en la ronda de cada noche, cribando la basura antes de llevarla al vertedero. Cuando se sentía deprimido, se encerraba con todo durante una, dos, tres horas. Al salir, tenía el corazón henchido de canciones y los bolsillos llenos de nuevas ideas.
Comprendió que necesitaba más habitaciones, cuando empezó a encontrarse a gente acurrucada entre la basura.
Diciembre de 2011